jueves, 2 de junio de 2011

El cortometraje en España: una evolución hacia la originalidad.

La proyección del cortometraje en nuestro país se remonta a los años 30 y ha ido evolucionando junto con el mundo del cine y sus avances técnicos. 
Durante los años de la República se proyectaban en las salas cortometrajes de autores como Edgar Neville, Eduardo García Maroto y Sabino Picón. Con la llegada del franquismo desapareció esta tradición, a pesar de que existía una ley que obligaba a proyectar los cortos, por lo que partir de los años 40 prácticamente dejaron de producirse. No fue hasta finales de los años 60, con la creación de las “Salas de Arte y Ensayo” y las “Salas Especiales”, cuando volvieron a proyectarse cortometrajes, acabando así con la monotonía de los documentales turísticos y el No-Do.
Esta edad de oro del cortometraje español de finales de los 60 y principios de los 70 se vio afectada por el endurecimiento de la censura en los últimos años del régimen, así como por la mala situación económica de las productoras y la ineficaz distribución de los cortos. Empeñados en romper con los modelos institucionales del cine y animados por los movimientos cinematográficos que estaban teniendo lugar a nivel mundial, algunos decidieron saltarse la legalidad vigente, mientras que otros optaron por la utilización de las posibilidades de financiación que ofertaba el Estado.
La Escuela Oficial de Cinematografía (EOC) atravesó una crisis, lo que supuso una disminución de jóvenes cineastas, ya que solo aquel que poseía el título de la escuela oficial estaba cualificado para ejercer una profesión dentro del mundo del cine. Algunos de los que formaban parte de esta escuela, cansados de la extensa lista de formalidades burocráticas del Sindicato Nacional del Espectáculo, decidieron abandonarla y emprender su carrera por cuenta propia.
En los últimos años de la dictadura se realizaron un gran número de cortos de distinta temática. Directores como Iván Zulueta o Álvaro del Amo presentaron cortometrajes de corte underground o que tendían a la experimentación. En el cine de la transición democrática, con la productora In-Scram a la cabeza, destacan nombres como Betriu, Gutiérrez Aragón o Antonio Drove. Tras la muerte de Franco continuaba siendo obligatoria la proyección de cortos en los cines, pero la situación no mejoró y a partir de 1977 la calidad de éstos empeoró. Se introdujo una reforma en materia de subvenciones, lo que provocó que al abundar las ayudas aumentara la cantidad de cortometrajes, pero no la calidad de los mismos.
En 1983, el gobierno de Felipe González aprobó la llamada “ley Miró”, que eliminó la obligatoriedad de los cortos y reinstauró las subvenciones para proyectos sólidos. La creación de nuevas televisiones públicas y privadas, los centros de formación profesional, la enseñanza de imagen en las universidades y la política territorial del Estado de las autonomías propiciaron el resurgimiento de este género cinematográfico en España.
Ya en los años 90 se produce una renovación estilística y temática del cortometraje español, que proporcionaba una mayor percepción de la pluralidad socio-cultural de nuestro país, más marcadas aún con la creación de las autonomías. Directores como Bigas Luna o Álex de la Iglesia han contribuido a la producción de cortos desde los años 90.
Este género aún no se encuentra lo suficientemente valorado entre el público y no es habitual en las salas de cine, a pesar de haber aumentado sus fuentes de financiación. Su valor estético y su fuerte originalidad convierten estas piezas en auténticas joyas que no siempre reciben el reconocimiento merecido. A pesar de ello, los festivales de cortometrajes en nuestro país son muy numerosos y recorren toda la geografía española.
Hoy en día, el corto vive un momento espléndido en el que la competitividad aumenta al mismo ritmo que la calidad de las producciones. El futuro del cortometraje es de jóvenes promesas como Haritz Zubillaga, Álex Montoya o Jorge Dorado.
Elena González Castañón

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